La trama perfecta

Al cuento revolucionario le cayeron como anillo al dedo la sublevación policial y su desenlace. Ahora, ya tiene completa su fábula de héroes y villanos, enfrentamientos con la muerte y duelos para defender el grandioso proyecto. Ahora más que nunca, cobra sentido la paranoica división del mundo entre revolucionarios valientes, que no flaquean, y contrarrevolucionarios, autores, cómplices y encubridores de complots y tramoyas para derrocar al presidente. Además, pudo consumar su más íntima pulsión: censurar a los medios privados.

Aparte de los condenables e inaceptables excesos cometidos por los policías sublevados y la humillación personal por la que tuvo que atravesar nuestro temerario presidente, este desenlace parece hecho a la medida de su historia épica, que se recrea constantemente en el enfrentamiento entre bien y mal. Así, desde la necesidad del Régimen de jugar al juego del todo o nada, la historia calza perfectamente en las anquilosadas mentes que siguen viendo el mundo bajo el cristal de la Guerra Fría: la gran narrativa revolucionaria en la que un presidente cuasi mesiánico de izquierda se enfrenta con monstruos derechosos de toda especie, entre los que cuentan los Gutiérrez, la CIA, los medios golpistas y grupos de poder estadounidenses.

Lo cierto es que, con este episodio fatídico para el país, se cumplieron al menos dos objetivos fundamentales para el Régimen: primero, la justificación perfecta para la persecución de todo aquel que cuestione las acciones gubernamentales y los atropellos que vendrán cuando Correa, henchido de un renovado aire de gran Mesías, recrudezca aún más su estilo de sometimiento, así como a la descalificación de todo espacio que pretenda actuar con autonomía. La sublevación policial crea una nueva razón de Estado para dividir a los ecuatorianos entre patriotas y traidores.

Segundo, y más importante, con la venta de su argumento de golpe de Estado y magnicidio, el Gobierno ha logrado reunificarse e impedir que las molestosas discrepancias en el interior del bloque asambleísta obstruyan o retarden el paso de las leyes críticas para el Gobierno. Así, como por arte de magia, el Gobierno, que hasta la semana pasada tenía la firme determinación de disolver la Asamblea, se apresta ahora a la aprobación apacible de sus polémicas leyes. Así, el supuesto golpe sirve como la encrucijada mayor del Régimen, frente a la que los asambleístas no pueden si no plegarse automáticamente, pues no allanarse implicaría ser un golpista más, un aliado cualquiera de la derecha que, ahora sí, ha probado su vocación golpista y antidemocrática.

Lo triste de la trama es que, esta vez, se reveló con crudeza la cara de violencia que ha generado la revolución ciudadana y que dejó los dramas de las familias cuyos soldados murieron por una causa absurda. Lo desconcertante del jueves negro es que, si es que la protesta hubiera seguido sus canales y formas legítimas, quizás habría servido como un verdadero removedor de conciencias verdes. Con las balas y los excesos, se diluyeron la posibilidad de una mínima autocrítica en el Gobierno y la oportunidad de rectificación. Las razones de Estado no admiten medias tintas, y estas alimentarán y profundizarán aún más el ánimo totalitario del Régimen que, en su afán de autocompasión y paranoia, encontrará pleno asidero para continuar con la persecución y la censura.
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