Los arrepentidos del correísmo...

Los actores de la campaña electoral están arrepentidos. Todos lo están. Principalmente los protagonistas del correísmo. Como si de pronto la campaña para seguir con Correa o cambiarlo, se hubiera convertido en peregrinación de penitentes. Hasta ahora sólo hay remordimientos y retractaciones; no lecciones. Eso provoca, claro, dudas sobre la capacidad que tienen esos actores para aprender de sus errores. Y para traducirlos en sus programas, sus convicciones y sus actitudes.

El primero, por mérito propio, es Correa. Él reniega de sus amigos del pasado. De aquellos que le pusieron el pie en el estribo. De los indígenas y movimientos sociales; algunos de cuyos militantes están ahora en la cárcel. De Alberto Acosta que lo introdujo en los medios cuando era un profesor desconocido. Y lo presentó en los círculos políticos que lo convirtieron en carta ganadora.

Correa también se arrepiente de haber aprobado la parte garantista de la Constitución. Pero, claro, eso que denuncia hoy, no son errores suyos. Son traiciones de los otros. Él no se equivoca. Y su discurso orbita siempre, como dicen los Mefistófeles que lo rodean, en la verdad absoluta. La verdad de los dioses.

Dicho de otra manera, Correa sigue siendo el mismo y aquellos que cambiaron fueron los otros. La falacia oficialista no permite saber a los electores lo que es hoy el correísmo. Falacia de Ximena Ponce diciendo en Expreso, "no más Queirolos". Aparentando así ignorar que esa señora fue un epifenómeno al lado de los Glass, Alvarado, Mera, Delgado, Cely, Panchana… que dan pesadillas a la llamada izquierda del correísmo: a ella misma, a Fánder Falconi, Javier Ponce, Virgilio Hernández…

Ya no importa. El correísmo es lo uno y lo otro. La negación de lo que fue y el convencimiento –ese sí claro para los funcionarios- de que lo único cierto es permanecer en el marco de la foto. Ser fiel al presidente-candidato, a pesar de sus convicciones, ex abruptos, contradicciones o limpias, como la que propinó a Pedro Delgado el jueves pasado. El correísmo es hoy eso: un espacio llamado revolucionario en el cual dominan las falacias políticas.

Las izquierdas, que ahora son su contraparte, también están arrepentidas. No de su discurso ni de sus referentes; algunos de los cuales lucen viejos y arrugados. Se remuerden de haber confiado en un advenedizo. Una suerte de submarino que penetró sus organizaciones hasta quedarse con todo: el poder, sus banderas, su memoria, sus íconos, sus canciones… Pero esas izquierdas, tan necesarias para la democracia del país, no hablan de sus silencios cómplices ante la opacidad administrativa de este gobierno. De las ruedas de molino que avalaron. De su entrega ciega a un salvador supremo. De su intolerancia proverbial ante la libertad de expresión. No recuerdan que, pensando usar a Correa como un demoledor contra el pasado, le entregaron una licencia política y conceptual para que gobernara a su antojo. Sin mediación alguna. Sin control. Sin auditoría.

Hoy afirman que el error fue Correa. Y que el correísmo es de Correa. Sólo de él. Y esas izquierdas vuelven ante los electores eufóricas como si ellas no tuvieran responsabilidad alguna en lo que hoy combaten.

Los actores del correísmo, incluido Correa, están entonces arrepentidos. Pero en vez de recorrer la pista de sus errores, han tomado atajos de desfogue. Correa no asume que, por convicción o por necesidad, sufrió una metamorfosis. Y en vez de teorizarla, se instaló en el campo de las falacias. Sus ex aliados hicieron lo mismo: lejos de evaluar la pertinencia de su modelo, endosan a Correa su fracaso político.

¿Qué aprenden los electores, en esas circunstancias, de los arrepentimientos de lado y lado? ¿Qué la política es la supuesta fidelidad a fórmulas ideologizadas? En ese caso, ¿cuáles son los aportes reales a la política hechos por esa izquierda que dice estar en el poder o las izquierdas que la combaten? La renovación de la izquierda, o las izquierdas, se antojaba esencial para la democratización real del país. Esa tarea parece haber fracasado. Porque el correísmo vira hacia el cinismo. Y las izquierdas hacia el manual vetusto que la historia probó y rechazó.
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