La Revolución lluchita

Lo ocurrido el viernes en la Shyris fue una representación en miniatura de estos casi cinco años de gobierno, una auténtica maqueta del Régimen. Ahí se vio a la Revolución sin velos ni calzones, lluchita.

El Canciller, micrófono en mano, aseguró al Presidente que “toda esta gente estuvo el año pasado en las calles para rescatarte” y así recordó el concepto de verdad que maneja el Gobierno, como aquella ocasión, tres años después de la asunción del mando, en que los apagones fueron obviamente culpa absoluta de la partidocracia.

Los estacionamientos públicos del parque La Carolina para uso exclusivo de los buses que transportaron a la muchedumbre desde otras provincias y la manera tan amablemente preferencial en que jamás llegaron las grúas para llevarse a aquellos buses que terminaron estacionándose sobre la acera de la avenida Amazonas rindieron un justo homenaje a los privilegios y las excepciones que rigen el proceder revolucionario, y trajeron a la memoria la celeridad del juez Paredes y el no pago del impuesto a la renta por los famosos 600 mil dólares.

La aseveración de la honorable Rosana Alvarado de que el 30 de septiembre de 2010 “el Presidente fue más presidente que cualquier otro día de su mandato” fue una linda muestra de los abstractos conceptos de moda, como el Sumak Kawsay, y de la retórica vacía, esa que afirmaba que la Constitución –ahora ya reformada y varias veces atropellada– duraría siglos.

La participación central de Pueblo Nuevo, tan estratégica para promocionarse, mostró el oportunismo revolucionario y hasta generó dudas sobre si, quién sabe, los integrantes del grupo serán amigos cercanos del hermano del Presidente.

En el aniversario de la muerte de ciudadanos inocentes, los fuegos artificiales y la sonrisa del Presidente al momento de llegar, ventana abajo y brazo afuera, reflejaron la habitual falta de respeto del Gobierno a los sentimientos y las posturas ajenos, como si fueran una réplica de las cadenas que profesionalmente se emiten para ofender.

No podía estar ausente el gran logro del Gobierno: la inversión en infraestructura. Las múltiples pantallas gigantes a lo largo de la avenida, los parlantes con un audio impecable y la tarima digna de un concierto extirparon cualquier duda sobre el sitial prioritario que el Gobierno ha dado a la infraestructura.

El momento más decepcionante de la tarde fue diez minutos después de iniciado el discurso del Presidente, cuando empezó a chispear y harta gente –de esa que estuvo el año pasado en las calles rescatando al Presidente– buscó refugio.

Si un turista, sin la más remota idea de la gestión del Gobierno, hubiera ido el viernes a la Shyris, tendría una idea clarita de quién nos gobierna y cómo lo hace. Porque ese día la Revolución salió en pelotas, sin el más mínimo pudor.
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