Ecuador al borde del abismo: ¿Estamos camino de convertirnos en un Estado fallido?
Publicado el: 25/10/2024OPINIÓN | Por Crnl. Mario Pazmiño Silva.
Desde finales del siglo XX, el término "Estado fallido" ha ganado relevancia para describir a países que, aunque mantienen la apariencia de soberanía ante la comunidad internacional, carecen de la capacidad para ejercer control efectivo dentro de sus propias fronteras. A pesar de ser una definición reciente en el ámbito académico, la realidad es que ha estado presente desde la creación del sistema de Estados tras la Paz de Westfalia en 1648.
Un "Estado fallido" sigue siendo, en teoría, un Estado soberano, pero ha perdido la capacidad real de ejercer su autoridad. En estos casos, el Estado deja de monopolizar el uso legítimo de la fuerza mientras que las estructuras que garantizan la seguridad y el bienestar de la sociedad colapsan. Instituciones claves como la Fuerza Pública y el Sistema Judicial se ven incapacitadas o en el peor de los escenarios, se subordinan al crimen organizado.
El colapso de un Estado fallido se manifiesta de dos maneras: Primero, las instituciones gubernamentales, lejos de cumplir su función de mantener el orden, se desvían hacia actividades ilícitas como el tráfico de drogas, armas y minería ilegal. La sociedad, en consecuencia, cae en una especie de anarquía donde el control estatal se desvanece. Segundo, la violencia se desborda y se convierte en una constante, extendiéndose como una metástasis que carcome la estructura del Estado.
¿Pero cuáles son las características de un Estado fallido?, a continuación, algunas de ellas:
• Incapacidad del gobierno para ejercer control sobre todo el territorio, dejando amplias zonas bajo el dominio de actores no estatales, como carteles, mafias o bandas delictivas.
• El incumplimiento de los ofrecimientos de campaña y la ineficiencia estatal para corregir la crisis de inseguridad, generan un descontento social que se incrementa día a día.
• Aumento alarmante de la delincuencia y la violencia, generado por megabandas y cárteles que controlan las calles creando en algunos sectores santuarios donde se ejerce una gobernanza criminal.
• Dificultad para proporcionar servicios básicos, obligando a la población a recurrir a grupos delictivos para acceder a seguridad, justicia y salud.
• Deterioro de la infraestructura y el nivel de vida de la población.
• Incremento del lavado de activos provenientes del crimen organizado, así como la economía informal y el contrabando.
• Instituciones estatales tomadas por el crimen organizado y controladas por la corrupción.
• Acciones de terrorismo urbano que demuestran la falta de control por parte de las instituciones de seguridad del Estado.
• Un Sistema de Inteligencia que trabaja para la protección el caudillo político, su partido o su ideología, facilitando la penetración del crimen organizado.
Todos estos factores conducen a una crisis de legitimidad del Estado. En este punto, los ciudadanos pierden la fe en el gobierno y empiezan a confiar en actores no estatales para su protección y bienestar.
Ahora bien, ¿está Ecuador en este camino? Veamos si el país cumple con los criterios que definen a un "Estado fallido" o si aún está en una fase de fragilidad.
Uno de los indicadores claves de un Estado fallido es la incapacidad del gobierno para mantener el monopolio de la fuerza. En Ecuador, la creciente influencia del crimen organizado, incluyendo narcotraficantes, pandillas y grupos armados internacionales, ha socavado ese control. Ciudades como Guayaquil, Durán, Esmeraldas, Manta, Quevedo, Portoviejo, Lago Agrio y últimamente la capital Quito, han visto cómo la violencia criminal se dispara, con un Estado incapaz de garantizar la seguridad de sus ciudadanos. La tasa de homicidios se ha disparado en los últimos años, y varias zonas urbanas denominadas santuarios están en manos de organizaciones criminales, lo que muestra una clara fragmentación del control gubernamental.
Otro elemento clave en esta descomposición es la corrupción. En Ecuador, la corrupción se ha infiltrado en sectores fundamentales como el sistema judicial y las fuerzas de seguridad. Esto ha debilitado la gobernanza, y la percepción de que no hay justicia, combinada con los escándalos de corrupción que implican a altos funcionarios, ha contribuido a la deslegitimación del Estado ante la ciudadanía.
Si bien Ecuador ha tenido momentos de crecimiento económico, las desigualdades y la pobreza siguen siendo problemas estructurales. La falta de oportunidades ha impulsado a muchas personas a involucrarse en actividades delictivas, lo que agrava el descontento y debilita la cohesión social.
Políticamente, Ecuador ha vivido una inestabilidad crónica, marcada por dificultades para mantener gobiernos estables y acuerdos políticos duraderos. Las pugnas constantes entre las distintas funciones del Estado y los conflictos con grupos sociales han evidenciado la fragilidad del sistema político. Además, la aprobación de leyes como el uso de armas para defensa personal y la militarización de zonas conflictivas son señales de que el gobierno depende cada vez más del uso de la fuerza para mantener el control.
El narcotráfico ha transformado a Ecuador en un punto neurálgico para el tráfico de drogas en menos de tres décadas. Ya no es solo un país de tránsito, sino también una plataforma clave para la exportación de cocaína y las operaciones de cárteles internacionales. La incapacidad del Estado para frenar la operación de estas redes dentro de sus fronteras es una clara señal de su debilitamiento.
A pesar de estos desafíos, Ecuador aún no ha alcanzado el colapso total. Las instituciones, aunque deterioradas, siguen funcionando, y el gobierno mantiene un control relativo en las diferentes ciudades. A nivel internacional, Ecuador sigue siendo reconocido como un Estado soberano. Sin embargo, si no se da atención a los problemas estructurales existentes actualmente, el país podría encaminarse hacia una situación de mayor fragilidad, acercándose peligrosamente a la condición de un "Estado fallido".
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