Estudiantes detenidos comparten celda con 63 reos más

El calor sofoca. Dicen que más durante las noches. La puerta de metal blanca permanece cerrada con candado, mientras un vaho de marihuana entra por las rendijas. Cuentan que, uno pegado a otro, en una litera general, sin un centímetro para moverse, intentan dormir pasadas las 20:00 o 21:00, después de haber rezado y cantado.


Una velita permanece encendida todo el día frente a un cuadro de Jesús sobre la puerta. Unos patos dorados, blancos y azules, hechos de papel, adornan la única ventana de la celda número 1, que mide cuatro por seis metros, del Centro de Detención Provisional (CDP) en Quito, donde también cuelgan cables de todo tipo.


Entre 67 detenidos, la mayoría por juicio de alimentos, están los cuatro estudiantes del Colegio Central Técnico acusados de rebelión, que fueron aprehendidos hace casi dos semanas. Sus ocho compañeros se ubican en otras dos celdas, también pequeñas, con el mismo calor, literas compartidas, cocina, baño y ducha.




Crisis

Jhonny Pilotuña no logra soportar el sufrimiento de su familia y su ausencia cada día. Con el dolor de haber sido golpeado en el abdomen bajo, donde tiene una cicatriz de una operación reciente, y recibido gas, según su testimonio, no quería continuar con su vida.


“Me escondí en una mecánica y de ahí me sacaron los policías”, relataba recordando ese viernes, en el que, asegura, no salió a protestar.


Andersson Zambrano comparte su celda. “Desde la Fiscalía nos metían miedo. Nos decían que aquí nos iban a violar, que nos iban a robar todo”, decían todos, casi al unísono.


Hasta ahora no les han arrebatado las pocas pertenencias que guardan debajo de sus camas. Sus compañeros les cuidan por ser los más pequeños. Pero cuando tenían que pasar al ‘Rancho’, como se llama al momento del almuerzo, otros convictos los amenazaban.


“Ahora pagamos 10 dólares semanales para que ellos coman aquí mismo (en la celda)”, contaba Alexandra Guerrero, tía de Jaime Pozo, quien ayer le fue a visitar. También tuvieron que pagar 25 dólares por la estadía y diariamente, si quieren hacer manualidades, compran a 75 centavos un paquete de papel y a 50 centavos el hilo.






Testimonios


David Castro, exalumno del Colegio, el pasado 22 de febrero fue a pedir un acta de grado para entregar en la Universidad Central el siguiente lunes, y así comenzar a estudiar Ingeniería Informática. “Mi novia me dijo que no fuera, tenía un presentimiento. Ahora está enojada y terminamos”.


Siempre agachan la cabeza al contar los primeros días, cuando tenían que dormir en el baño (ahora lo hacen en el piso y debajo de las camas, donde el oxígeno parecería que no llega, en pequeños colchones). “Estamos con gripe, tos y no nos permiten ir al doctor ni tener medicamentos”, explica Jhonny Lema.


“Todos hemos llorado, estábamos deprimidos”. Ahora están más tranquilos, esperan su audiencia, hacen sus trabajos, anhelan a sus familiares. “No se va a dar (la sentencia acusatoria) porque se están contradiciendo”, dice David Cajamarca, confiando no recibir una pena de entre tres y seis años de prisión.





La rutina


° Empieza el día. Los guías abren la puerta entre 05:30 y 06:00 para tomar lista. Alrededor de 130 personas se forman en el corredor de no más de 12 metros cuadrados, para, obedientemente, responder al llamado de sus nombres.


Después, es siempre lo mismo: conversar, hacer pulseras o patos de papel, enseñar lo que han aprendido en el Colegio a otros internos, almorzar, ver televisión. No hay mayores variantes, fuera de los miércoles, sábados y domingos, que son día de visita.


Como en feria, un interno pasa por las tres celdas vendiendo “deliciosa sandía” a 50 centavos. En una mesita se vende ‘cevichochos’ y en las minúsculas cocinas, se prepara otros platos.




3
asambleístas visitaron ayer a los jóvenes: Enrique Herrería, Leonardo Viteri y César Montúfar.

8
días faltan para la audiencia de medidas sustitutivas a la prisión preventiva.
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