Los policías no podemos reclamar

Los policías no podemos reclamar
Publicado el: 04/10/2010
Son tres hombres cuyo único empleo en Ecuador ha sido el de policías. Estuvieron en las filas de la “rebelión” contra Rafael Correa y cuentan el malestar del cuerpo policial, según ellos malquerido por el gobierno socialista, si bien su imagen ya era pésima antes de la revuelta.

Temen una “represión” y hablan solo bajo condición de anonimato. Uno lleva tres años en la institución de 42.000 miembros, otro 13 y el último 30. Para todos fue su primer y único empleo.

“No se respetan los derechos humanos de los policías”, dice el del medio. “Estamos en desventaja frente a los delincuentes (...) hasta al peor delincuente se le está respetando el debido proceso, no a los policías”, añade, refiriéndose a varios juicios disciplinarios por casos de abuso policial que acaban de ser reabiertos.

A esos procesos vino a sumarse la controvertida ley de servicio público, que debe entrar en vigencia este lunes y no establece particularidad para la función de policía, eliminando primas y bonos que recibían por antigüedad.

‘Todo se nos impone’
Los “policías no son funcionarios como los otros”, dicen unánimemente: “Nosotros no trabajamos 8 horas, sino 14 diarias, seis días seguidos, con 3 de descanso”.

Además, “no podemos reclamar. Todo se nos impone. Y Rafael Correa, en su discurso (del jueves, en una guarnición donde manifestaban los policías) nos trató sumamente mal. Nos dijo burros”, añade el policía de 35 años.

Así las cosas, “se nos salió de las manos”, explica. “Vino el Presidente desafiante, nos insultó y eso encendió los ánimos” que llevaron a la sublevación.

Para rescatar al Mandatario, según él secuestrado por policías en un hospital donde se refugió para recibir cuidados tras ser agredido, vinieron “tres camiones militares con personas armadas con balas de alto poder, que nunca se anunciaron”, acusa el mayor, de 48 años.

Mientras, su colega más joven asegura que hubo muchos heridos entre sus filas, que no se han reportado porque temen “una represión”.

“¿Por qué no intervino la Cruz Roja o la Conferencia Episcopal Ecuatoriana” en lugar del ejército?, se pregunta.

La otra cara
Sin embargo, hasta esta crisis y desde que llegó al poder en enero de 2007 Rafael Correa sí mejoró en parte las condiciones de los uniformados.

Desde 2007, los salarios policiales han subido en promedio un 80%, explica el experto en seguridad Fernando Carrión, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), basada en Quito. Los tres policías entrevistados admiten ganar respectivamente 1.400, 1.200 y 730 dólares mensuales, muy por encima del salario mínimo de 240 dólares en Ecuador.

El Gobierno también está implementado un plan de modernización del cuerpo policial dotado de un presupuesto global de 330 millones de dólares para la adquisición de armas y chalecos antibalas, entre otros, dejando atrás tiempos en los que los policías debían comprar sus propias municiones para entrenarse.

Se requiere una reforma
En Ecuador, la policía aparece en las encuestas de opinión como la institución pública “más corrupta”, según Carrión, pero hasta la fecha no se han llevado a cabo purgas, como la implementada en Colombia donde fueron despedidos miles de policías, y la de México, donde destituyeron a 3.200 policías federales en lo que va del año.

“La conjunción de la reapertura de juicios emblemáticos contra policías por temas de derechos humanos y la eliminación de condecoraciones, que representaban también el reconocimiento del país a esta institución, acabó provocando un estallido”, explica Carrión, pero es indudable que “se requiere una reforma” de la policía y “ahora aún más”.

“Se tienen que hacer transformaciones reales y profundas de la Policía Nacional”, declaró el ministro de Seguridad Miguel Carvajal, asegurando que ahora ese proceso “hay que acelerarlo”.

Terminó la asonada, pero...
El presidente de Ecuador, Rafael Correa, salió airoso de lo que llamó el “Uno de los días más tristes de mi vida”.

El Gobierno logró contener la sublevación y dar un parte de victoria, pero del otro lado quedó un grupo de inconformes con las recientes medidas de Correa por su injerencia en la Asamblea Nacional y el trato a la oposición, que se mostró dispuesta a apoyar a los miembros de la Policía. La crisis se apaciguó, pero el país respira una tensa calma.

Los hechos ocurridos en Ecuador dejan varias conclusiones: que la institucionalidad ecuatoriana es frágil; que por muy “benéficos” que sean los cambios que propone un Gobierno, deben ser concertados, y que la respuesta ágil de la comunidad internacional es clave para contener un golpe de Estado.

Un riesgo sin límite
Correa corrió un riesgo muy alto al encarar el problema en persona y arriesgarse a que le agredieran, gritándole a una turba de cientos de policías enardecidos. “No sólo puso en riesgo la institucionalidad, sino la vida”, argumentó un ciudadano.

Por esta razón, para el analista político Simón Pachano, la salida de Correa fue la más desacertada que pudo escoger. “Su intención, expresada en el discurso que fue transmitido en directo por los medios audiovisuales, era desactivar la insubordinación por medio de una combinación de persuasión e imposición de la autoridad presidencial”, explicó.

Sin embargo, ese riesgo le sirvió para mostrarse como un Presidente frentero, que se encara a los subordinados “sin rostro” y al mismo tiempo puede acusarlos de golpistas.

Además, con su actitud puso en una encrucijada a los sectores militares: participar o no de un golpe de Estado. Al final, se echó al bolsillo a la cúpula militar, que optó por respaldarlo y restableció el orden sin comprometer la institucionalidad.

Más divididos que nunca
Lo peor: a pesar de haber retornado el país a una aparente ‘normalidad’, la nación quedó dividida, sus ciudadanos enfrentados y las libertades restringidas.

Esa, al menos, es la opinión de Leonardo Viteri, asambleísta del Partido Social Cristiano, opuesto a Correa, quien afirmó que “esto es una muestra de que no se puede gobernar a las patadas. Quedaron abiertas las heridas entre militares y policías, y ahora comenzará una verdadera cacería de brujas”.

Ahora, mientras los ciudadanos dialogan en una tensa calma, algo es claro: Ecuador está herido y más dividido que nunca.
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