¿Por qué el poder es sordo?

Los fallos de la Corte IDH, que condenan al Estado ecuatoriano a indemnizar a exvocales y exmagistrados, son una lección para la sociedad política. Por supuesto, no será asumida.

El oficialismo dirá que los costos, políticos y pecuniarios, los asuma Lucio Gutiérrez, pues los exabruptos jurídicos y constitucionales que dan pie a esos fallos se cometieron en su Gobierno.

Y los involucrados, entre los cuales se cuentan 52 diputados, se multiplican en explicaciones, algunas francamente peregrinas, como si la Corte de San José no hubiera analizado el caso bajo todas sus costuras y hubiera producido una sentencia ejemplar. Un precedente.

La sociedad política no asumirá esa lección porque el poder vacuna contra el sentido común.

Alberto Fujimori, ahora viejo e inerme ante su destino, produce pena. Ese mismo señor fue absolutamente sordo ante pedidos y clamores de aquellos que le señalaban sus abusos y la arrogancia extrema con que gobernó. Él y su hombre fuerte, Vladimiro Montesinos, quien actuó como si Perú le perteneciera, siguen hoy presos en su país.

Lucio Gutiérrez dice hoy haber aprendido de sus errores del pasado. Entre ellos, haber desconocido el estado de derecho y haber afectado gravemente, según la Corte IDH, la independencia del poder judicial. En su momento, tampoco él oyó los pedidos para que él y la mayoría política de circunstancia que forjó no afectaran la autonomía de la Justicia para beneficiar a destinatarios con nombre.

Todos aprenden, al parecer, cuando el poder se termina. Cuando ya no tienen mecanismos judiciales y políticos a su favor, cuando los aparatos de producir miedo y convertir a sus contradictores en zombis se vuelven un capítulo más para los especialistas en ignominias.

El poder ha sido estudiado. Hay enciclopedias hasta sobre los mecanismos sicológicos de sus actores y, más aún, sobre los procesos que desembocan en acciones favorables o en pesadillas. Pues bien: la sociedad política actúa como si la virginidad fuera parte de su patrimonio en esos temas.

Muchos gobernantes parecen sufrir del síndrome de Adán. Ellos son el inicio y no tienen noción alguna de cuándo ya no ir más lejos. La historia la viven como si pudieran proceder sin costos ni facturas por pagar.

Para evitarlo, las democracias se inventaron los pesos y los contrapesos. Pero ¿qué pasa, como pasa con el correísmo, cuando todos los organismos, con la mejor intención del mundo, corren hacia el vértigo, en vez de controlarse y fiscalizarse? Dos cosas: se pierde el sentido de realidad y, más dramático aún, el sentido común.

El correísmo no ha entendido, porque el poder emborracha, que necesita espacios de deliberación. Espacios de diálogo donde esté dispuesto a poner sus verdades en jaque; donde mire al otro como interlocutor y no como enemigo.

¿Cuántos errores y horrores evitaría si, en vez de diatribas contra los otros, en un acto de sensatez y madurez política, convirtiera su aparato de propaganda en laboratorio de pensamiento social?

Ejemplos hay por montones. El Código Penal es uno de los más estrepitosos. Se les dijo, muchos les dijeron, que un código es un cuerpo para durar décadas. Por lo tanto, no podía ser votado como lo terminaron haciendo. Al apuro, desoyendo a aquellos que, con mayor o menor elocuencia, les mostraron que hay exceso de penas, normas inaplicables, concepciones equivocadas…

Pues lo votaron. Ahora, los mismos hacen una retahíla de las enmiendas para incluir en la reconsideración. Y aún así, siguen herméticos a otra retahíla de modificaciones que debieran hacer si, en vez de refugiarse en falsos dilemas ideológicos, osaran mirar la realidad-real del país. Si el correísmo no cambia ese código, en Ecuador no habrá cárcel para tanta gente.

¿Cómo no ir demasiado lejos? ¿Cómo aprender antes de que una Corte Internacional juzgue horrores que hoy se señalan como errores que pueden ser enmendados? La pelota siempre está en el campo de los gobiernos y sus funcionarios. Son ellos quienes deben recordar siempre que el poder es prestado. Y que la mejor manera de ejercerlo es, quizá, recordando que el sentido común necesita la deliberación y el diálogo. Por haberlo ignorado, Fujimori está como está. Y Gutiérrez tiene hoy una amenaza descomunal sobre su patrimonio.
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