Noche de trajes en palco y de ponchos en galería

Noche de trajes en palco y de ponchos en galería
Publicado el: 29/01/2012
Reza la invitación: "acto solemne". Quiere decir que los invitados eligen: pueden obedecer las viejas reglas de etiqueta y adornarse con una corbata, invocar a los espíritus ancestrales y envainarse en un poncho, o ser Paco Velasco y presentarse con chompita de color obispo sin camisa por debajo. En fin, que la solemnidad tiene muchas caras y esta noche, salvo mencionar a los jueces sin acordarse de las juezas, todo está bien visto. Hasta el palanqueo oficial público y notorio. Se posesiona la Corte de Justicia de Correa y la esencia de la revolución ciudadana se ha vertido en el Teatro Sucre como en un molde para hacer bollos.

La imagen dominante al interior de este modesto teatrito prealfarista de 700 plazas es una de dos colores: rojo y gris. Rojo arriba: una gruesa pincelada de ponchos confinados a la galería estrecha y atiborrada de sillas. Gris abajo: trajes, corbatas y vestidos de noche, distribuidos en las butacas de los palcos de antepecho neoclásico con ribetes dorados. Llama la atención que a nadie le llame la atención.

Una maestra de ceremonias de anaco azul eléctrico traducirá al quichua las presentaciones. Invocaciones a la diversidad cultural salpicarán aquí y allá cada discurso. Una ovación cerrada se dispensará a la primera juez indígena de la historia ecuatoriana y el gobierno entero parecerá desleírse en un delirio de inclusión y pluriculturalidad. Pero los ponchos se concentran en la galería y las corbatas en los palcos sin que nadie haga preguntas al respecto.

Hay ministros y embajadores, asambleístas y representantes de los poderes del Estado, militantes de PAIS y familiares de los nuevos jueces. En la primera fila de la platea, estos esperan el dulce momento en que escucharán al maestro de ceremonias pronunciar sus dos nombres y sus dos apellidos invitándolos a pasar al frente. Sobre el escenario no hay otra cosa que una bandera del Ecuador, un atril para la persona que habla, con telepronter incorporado para cuando el turno sea del presidente, y una mesa vestida de mantel blanco como para un banquete de bodas, máxima expresión de la elegancia en cualquier acto de la revolución ciudadana aun al interior de un teatro neoclásico.

Correa no va ligero a ningún sitio. Aquí también se hace acompañar por la habitual parafernalia de amplificadores, técnicos y equipos de sonido que le abren camino con la cancioncita que le gusta. Son las nueve y cinco de la noche cuando suena "Patria tierra sagrada", la gente se pone de pie y entra la comitiva, nunca menor a una quincena de personas, incluidos los guardias de civil con kilos de fijador en las erizadas cabelleras. El personal se dispersa por los rincones y Correa pasa a la mesa, donde le está reservado el puesto del novio. Lo esperan ya el presidente de la Asamblea, la del Consejo de Participación Ciudadana, Lenín Moreno y los miembros de la Judicatura de transición, luminosos padres de la criatura.

En la galería de los ponchos se adivina un kindergarten. Hay gritos, berridos, correteos, sonoras caídas seguidas de llantos desbocados. Durante las dos horas que dura la ceremonia, desde los palcos de las corbatas se intentará de todo para hacerlos callar. Suena "Shhhhh" en todos los tonos imaginables. En vano. La cosa irá para peor cuando tome la palabra la primera juez indígena de la historia ecuatoriana. Mariana Yumbay no habla: clama. No es la suya una voz pausada y segura, como caracteriza a los magistrados. Su frecuencia está muy cerca del grito y, por momentos, más allá del grito. Los párvulos resienten semejante crispación y redoblan los llantos, para desesperación de las corbatas. La interculturalidad se balancea en un precario equilibrio.

No faltan razones para llorar. El acto consiste, básicamente, en una sucesión de discursos de personas notables interrumpida solo por la breve ceremonia de posesión y juramento de los nuevos jueces. Además de Yumbay hablan los tres de la Judicatura (Fernando Yávar, Tania Arias con inspiración y poética y, dos veces, Paulo Rodríguez), una representante de los veedores y el presidente de la República. Ofician de maestros de ceremonias un presentador de noticiasde la televisión estatal y la quichuahablante de anaco azul eléctrico.

Yávar dice "jueces y juezas", "todos y todas", dice "transparencia", "excelencia" y "equilibrio". Arias dice "jueces y juezas", "todos y todas", dice "transparencia", "diversidad" cuatro veces, dice "plural y equitativo", otra vez "diversidades" (plural de plurales) y dice "en Paita preguntamos por ella, la difunta". Porque Manuela Sáenz tiene que ver con todo. Nancy Cárdenas, coordinadora técnica de las veedurías, dice "jueces y juezas", "todos y todas", "probidad", "alta formación ética", "garantía acrisolada". Dice, sobre todo, "ha retornado la esperanza al pueblo ecuatoriano". Paulo Rodríguez empieza por agradecer "al Dios altísimo", luego hace el elogio del "Estado de derechos y justicia, pluricultural y laico", y se dirige a los jueces con afectación ibérica: habéis, sabéis, tenéis.

Mariana Yumbay grita que se acabó el tiempo en que la justicia era solo para los de poncho y Paco Velasco, en su palco, se conmueve. La significación del momento histórico lo sobrepasa, "¡Qué bestia!", masculla, y aplaude rabiosamente, tan rabiosamente como ovacionó al juez español Baltasar Garzón (en las antípodas del abanico multicultural) cuando fue nombrado al principio de la ceremonia.

Junto al palco presidencial ocupado por los habitantes de Carondelet (Doris Soliz, Betty Tola, Fernando Alvarado, Alexis Mera, Gustavo Jalkh…), Baltasar Garzón y sus acompañantes componen el conjunto más visible del teatro. Vagamente se espera de él un informe por escrito de cuanta lindura ha visto, pero por el momento basta con que esté ahí, calentando la silla del palco y certificando con su presencia el nombramiento de la nueva Corte.

Sobrio, discreto y de movimientos calculados, hay algo que Garzón no controla en esa incómoda vitrina: los aplausos. Francamente no sabe cuándo debe y cuándo no. A veces parece inconmovible, no aplaude ni siquiera cuando Rafael Correa, que es el último en hablar, anuncia que la nueva Corte es la de mayor equidad de género en el mundo y el público rompe en ovación cerrada. Pero cuando recuerda a la primera juez indígena de la historia ecuatoriana, bate palmas.

Treinta y dos minutos dura el discurso de Correa, que empieza con lamentaciones por los delincuentes que salen en libertad "con el pretexto de la presunción de inocencia". Tal cual. "Prohibido olvidar". Garzón no mueve un músculo. Dice que no se trata solamente de cambiar la Corte sino de cambiar las relaciones de poder, de "liberar a la justicia" de aquellos que la sometían. Dicho lo cual se produce lo inaudito: el presidente de la República en persona, en la misma ceremonia de posesión de la nueva Corte Nacional de Justicia, en discurso público transmitido en directo a todo el país, se palanquea con los jueces por un litigio personal que tiene en tribunales.

Una cosa es palanquearse cuando se tiene una palanca. Otra cosa es hacerlo cuando se es la palanca. No necesita Correa nombrarles el caso El Universo a los jueces. No hace falta. Basta con decirles esto: "Tendrán que enfrentar presiones inmensas. Ya hemos visto ejemplo de aquello en estos días, y eso no es nada. Prepárense a todo un ataque mediático posicionando la idea de que la única forma de mostrar imparcialidad la nueva Corte será fallando contra el ejecutivo o contra sus miembros. Créanme que no hablo por intereses propios, sino por el presente y el futuro, por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Aquí tenemos uno de los grandes desafíos para la nueva Corte y el nuevo Ecuador. Que el verdadero estado de derecho se imponga al estado de opinión, donde los que juzgan, exoneran o condenan, son los medios de la comunicación. Que no sean los medios de comunicación nuestra corte nacional. Sería una inmensa decepción. Inauguremos el estado de derecho en lugar del estado de opinión que nos quieren imponer".

Un botón y una Constitución lujosamente encuadernada se llevaron los nuevos magistrados. Y una recomendación muy clara. Garzón, apoltronado en su butaca, queda debiendo un informe.

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