Javier Ponce y el gasto militar

Felipe Burbano de Lara

El proclamado regreso del Estado por parte de la revolución ciudadana ha venido acompañado de un sorprendente aumento del gasto militar. De acuerdo con datos de UNASUR, el Ecuador se ha convertido en el país de la región con el mayor gasto militar en relación con el PIB: 2,74% en 2010. El país que le sigue es Colombia, con el 1,89%. Aún cuando las fuentes difieren en el monto destinado a la defensa (el banco Mundial asegura que el gasto miliar de Ecuador fue el 3,8% del PIB en 2010) todas las fuentes coinciden en que ha crecido de modo sistemático desde 2007, cuando llegó al poder Alianza País. El rostro de unas Fuerzas Armadas requipadas y fortalecidas, nacionalistas y patrióticas, fue exhibido con orgullo el pasado 24 de mayo en el desfile conmemorativo de la batalla de Pichincha. En ese día soleado, civiles y militares lucieron todas sus galas.

Como en muchos otros campos donde ha crecido el gasto estatal, en el sector militar surgen las mismas dudas sobre su calidad y transparencia. Dos noticias recientes despiertan enorme preocupación: la demora –casi dos años- en la entrega de los radares chinos, que siguen funcionando a prueba; y la falta de repuestos para la operación de los aviones no tripulados. Dos adquisiciones que suman varias decenas de millones de dólares. Frente al sistemático crecimiento del gasto militar, y el destino que ha tenido, nadie dice nada. Javier Ponce, el responsable en buena medida de toda esa política, brilla por su permanente silencio. A nadie del Gobierno le interesa dar explicaciones ni tampoco se sienten obligados a darlas. Su desempeño pareciera responder a una visión patrimonialista del Estado, derivada de una torcida manera de entender la legitimidad democrática. A lo mucho, la respuesta ha sido una estentórea reacción presidencial hace un par de sabatinas: traidores de la Patria.

Si se mira la revolución ciudadana desde el gasto militar y desde el discurso que lo justifica, y se piensa que quien la ejecutó fue Javier Ponce, un crítico de conciencia de las Fuerzas Armadas hasta saborear el poder –una experiencia extraordinaria, en sus propias palabras- lo único que tenemos son contradicciones de bulto. A esa perplejidad que provocan los hechos recientes, se suma el silencio y, por qué no decirlo, la arrogancia del poder. Ni una reflexión, ni un argumento interesante para abrir una discusión seria sobre el rol de las Fuerzas Armadas en este supuesto proceso de transformación social y retorno del Estado. Todo el discurso con el que llega envuelto el gasto militar –seguridad, control, defensa, enemigos, patriotismo- habría provocado, hace unos años, el espanto de Javier Ponce, quien se presentaba entonces como un asiduo crítico del poder desde una posición libertaria. En Ponce, podríamos reflexionar sobre la ambigüedad de nuestros revolucionarios: el poder no ha sido tan malo como ellos mismos lo pintaban.

Todo alto funcionario que deja su cargo público debería hacerlo con una rendición de cuentas. ¡Qué hable Javier Ponce, qué diga hacia dónde apuntaba su política en el Ministerio, cómo se gastaron esos recursos, qué pasa con los radares chinos, con los aviones no tripulados, con el gasto militar! ¡Qué salga de ese silencio turbador que rodea a su gestión pública!
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