Del petróleo y otras lujurias

El whisky y las modelos triple A son el símbolo del sector más boyante de la economía nacional.

La feria Ecuador Oil & Power, que se desarrolló en Quito esta semana, aviva la codicia de multitudes.

Los ejecutivos no pierden tiempo. A pocas horas de abierta la feria, ya saludan de beso en la mejilla con las apretaditas impulsadoras de minúsculos vestidos que reparten trípticos y atraen compradores.

Ya en la noche, les dedican despaciosos, interminables parlamentos en voz cada vez más bajita: virilmente arrimados contra el mostrador, suelto el nudo de la corbata, al hombro la chaqueta, flexionada la pierna para tocar el piso desmontable apenas con la punta del zapato de 400 dólares, calculadamente informales, interesantes y mundanos. Ellas escuchan y responden con monosílabos sin dejar de modelar, erguidas y cimbreantes, sonriendo a ratos para sí mismas, a ratos para sus esforzados interlocutores, mirándolos y mirando al techo, luminosas. En estas aproximaciones, los empresarios chinos son unas avionetas políglotas.

Hay tanta silicona en los pabellones de la feria Ecuador Oil & Power que seguramente se mantendrán ocupados durante los siguientes tres días.

Toda la plata del Ecuador parece haberse juntado en el Centro de Exposiciones Quito. O buena parte de ella. 4 797 millones de dólares de superávit tuvo el sector petrolero en el primer semestre de este año, y al viceministro de Hidrocarburos, Ramiro Cazar, la cifra le llena la boca. Él sustituye aquí al ministro Wilson Pástor, quien viajó a Guayaquil para dejarse ver en el homenaje de desagravio a Jorge Glas, víctima inocente de un caso de violación de menores. Hassan Becdach, organizador de la feria, es hombre de olfato y visión política, así que sabrá comprender y disculpar. Prioridades son prioridades.

Por lo demás, el Estado se encuentra bastante bien representado en los mostradores de la feria: Petroecuador, Petroamazonas, Refinería del Pacífico... Sus puestos de exhibición no son precisamente de los más baratos. Algunos incluso han contratado sus propias modelos para que luzcan entre los fierros. Arriba, en el segundo piso, en donde los expositores más pobres y pequeños se esfuerzan para que los grandes contratistas pasen y los vean, el Ministerio del Ambiente goza de un lugar adecuado a su importancia relativa. Ahí, un par de jóvenes entusiastas explican ante un mapa, con notable convicción, todo lo relacionado con las tecnologías no contaminantes de la industria petrolera ecuatoriana, el cuidado que se tiene con las zonas protegidas y con los territorios indígenas, el respeto intercultural, en fin, con que se han emprendido los procesos de consulta previa a las comunidades afectadas.

Poco más allá, en el mismo piso, la Secretaría de Hidrocarburos informa sobre los nuevos territorios para la expansión petrolera en el sur-oriente que saldrán a licitación en octubre próximo.

Más grandes que el cubículo del Ministerio del Ambiente son las cabinas de mando de los bulldozers que se exhiben en el exterior del recinto ferial. La nueva pala mecánica de Zoomlion, con sus intimidantes orugas y su gigantesco brazo retráctil amarillo canario, es la máquina más atractiva del patio. Sofisticada maravilla del milagro chino, permanece congelada entre la niebla, como habitante metálico de un parque jurásico futurista, mientras espera el momento de cavar boquetes en la selva virgen.

Adentro proliferan tuberías, herramientas, partes de maquinarias, poleas gigantes, taladros monumentales, sistemas satelitales, productos químicos disolventes, desengrasantes, antioxidantes, pinturas industriales, instalaciones sanitarias, extintores de incendios, botas todo terreno, proveedores de servicios, asesores técnicos, consultores jurídicos, modelos triple A y aves de paso de diversas cataduras, chinos, argentinos, brasileños, mexicanos, venezolanos, rusos, españoles, estadounidenses... Una babel de lenguas y de acentos entre maletines de cuero y Rolex platinados.

Por si los desbordantes y encorsetados cuerpos de diseño de las promotoras no bastaran, la mayoría de puestos de exhibición apelan a la tentación alcohólica para atraer a los posibles contratistas. Las botellas de faja negra (néctar impagable en los tiempos que corren) brillan aquí y allá, entre vasos recién servidos, como vaporosas promesas de productivas charlas de negocios. Venga usted, tómese un trago y hablemos de dinero.

"Grab that cash with both hands and make a stash": "Agarra ese efectivo con ambas manos y haz un alijo". ¿Es casualidad que una versión almibarada de la canción "Money", de Pink Floyd, sirva de música de fondo en el auditorio Los Caras mientras se empieza a juntar la gente para la ceremonia de inauguración?

Los que llegan reciben, en la puerta de entrada, un ejemplar del Oil & Power Journal, el boletín oficial de la feria, y se enteran por la nota de portada que el mercado para la energía verde no está consolidado, vale decir, está verde.

Será por eso que los discursos de la ceremonia inaugural rezuman optimismo. La perdurabilidad de la era petrolera en el Ecuador está asegurada.

Hassan Bedchach, el viceministro Cazar y el empresario y exministro Eduardo López pintan millones en el aire mientras los meseros alistan el vino al fondo de la sala. Solo hay que pedir al Gobierno (Becdach subraya la palabra Gobierno, y Cazar redistribuye el peso de su cuerpo sobre la silla, expectante) que "revise el tema de los impuestos porque, sin eso, no va a haber inversión extranjera".

Entre discurso y discurso, Ramiro Diez, devenido en rapsoda de los hidrocarburos, celebra la cobertura tecnológica de la feria, que todo lo abarca: "desde el cielo hasta la tierra", es decir, de los satélites a las botas. Maestro de ceremonias del correísmo capaz de saltar sin dificultad de las teorías de Ignacio Ramonet a los negocios de PDVSA, se llena de satisfacción cuando le toca presentar a un funcionario cualquiera del Régimen. "Quién me iba a decir a mí", dice que le dijo un improbable campesino que se encontró Dios sabe dónde: "Yo, que era un niño de pata al suelo, quién me iba a decir que un día iba a tener patria". La inconfundible voz de estilizada modulación le tiembla en los conmovidos labios. Snif. A continuación, el viceministro.

"Esta feria, la declaro inaugurada", se adelanta imprudente el funcionario. Hassan Becdach vuelve a intervenir para evitar malentendidos. Empieza por mencionar -como quien deja caer inadvertidamente un comentario que no tiene relación con nada- que la empresa fabricante de tuberías petrolíferas que él representa es la más grande del mundo. Luego le recuerda al viceministro para qué está aquí: "Para que lleves un mensaje". No al presidente, claro. "Al ministro", no más. Y que el ministro se lo lleve al presidente: bajen los impuestos. Al final, claro, Becdach declara inaugurada la feria. Él, no otro. Cada quien en su sitio.

El vino ya se ha repartido. Suenan tambores norafricanos y una bailarina de vientre cubierta de velos salta al proscenio mientras los notables de la mesa directiva (por cierto: ¿qué hace ahí Rosalía Arteaga?) se miran a las caras sin saber muy bien dónde ponerse. No dura mucho el espectáculo. En el auditorio Los Caras no tardan en formarse los habituales corrillos, entre los cuales circulan profesionales camareros ofreciendo bocadillos que serían la envidia de Pedro Delgado, si tan solo estuviera aquí y no en el homenaje a Jorge Glas. De empanaditas de pulpo para arriba.

Un rumor anuncia la visita de un personaje inesperado. Fabricio Correa es, desde el momento en que pone un pie en el salón y descontando a la pulposa modelo de pelo rubio platinado de la entrada, la persona más alta del coctel. Ante sus ojos se despliega un océano de cabezas, entre las cuales busca con la mirada e identifica, busca e identifica. Le llueven los trípticos informativos de las empresas que participan en la feria, y él se desembaraza de toda esa papelería sin mirarla, haciendo un gesto a su guardaespaldas para que la recoja.

Negro el traje, impecable el corte de pelo, Fabricio busca e identifica. Prodiga proselitistas palmaditas en los hombros de cuantos camareros se le aproximan con sus charoles cargados de sorprendentes delicadezas. Pero no está aquí para eso. Becdach, que ha venido recorriendo los corrillos de invitados en plan anfitrión, accede al fin al que se ha formado en torno al hermano del presidente. Lo saluda cordial, le dispensa un par de frases convencionales ("¿Ya visitaste los stands?") y se retira. Poco auspicioso fue el contacto.

En torno a Ramiro Diez se ha formado también un círculo de admiradores, más modesto sin duda en términos financieros, pero igual de entusiasta y zalamero que aquel que rodea a Fabricio Correa. Son jóvenes partidarios de la revolución correísta en busca de palabras iluminadoras.

Ya sirven el bocadillo de despedida: chirimoya aderezada con especias dulces sobre una capa finísima de suspiro. Crac. Correa y Becdach se vuelven a encontrar casualmente entre los grupos y se sacan una foto que a nadie compromete.

Esto se acaba. Una modelo ya emperifollada con abrigo largo espera pacientemente a un ejecutivo radiante que apura el whisky del estribo a tragos largos. Luego se van de la mano, él por delante, impaciente y dichoso. Probablemente sea el primer ejecutivo exitoso de la feria. En el salón de exposiciones, los abrigos largos de las modelos anuncian el fin de la jornada. Los empresarios chinos se han quedado solos, por ahora.

A la salida, sobre la vereda de la avenida Amazonas y en medio de la corriente de personas que se dirigen a buscar sus automóviles, un joven bien vestido entrega vistosas tarjetas de visita: "Una invitación, buenas noches". El logotipo blanco brilla junto a un rostro de muñeca maquillada: Doll House. "Seducción, pasión, exclusividad… Las divas de tus fantasías". ¿Será que ya no trafica con menores de edad el prostíbulo más lujoso de la capital? ¿Será que las autoridades decidieron finalmente no cerrarlo? Pues aquí está, bien ubicado, donde no falta dinero. Lo suyo es visión para los negocios.
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