Christoph Baumann: Más que miedo, siento asfixia en el ambiente

Christoph Baumann: Más que miedo, siento asfixia en el ambiente
Publicado el: 19/12/2013
"Muchos teníamos una esperanza con este Gobierno, pero todo fue una ilusión”.



"Se han creado un montón de defensores de DD.HH que dependen del poder, es una paradoja”.

"Los cambios necesarios que ha hecho el Gobierno, me dan un sabor envenenado frente a la intolerancia”.






Nació en Alemania nueve años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Su generación estuvo marcada por la culpa, por el recuerdo de un holocausto que acabó con la vida de seis millones de judíos.


Pese a que su imagen recuerda a clásicas comedias de televisión y su cara trae felices recuerdos al público, Christoph Baumann no sonríe mucho cuando habla del panorama político de este país. Ecuador lo acogió hace ya 30 años, es el país natal de su esposa y es una tierra a la que ama profundamente y, por eso, opina.


Algunos opositores aseguran que vivimos el totalitarismo. No ha faltado quien compare esta situación con el nazismo.


Mi generación fue extremadamente sensibilizada sobre cuestiones autocráticas, autoritarias. Siempre estuvimos hablando de cómo debe ser una democracia. Creo que hay que ver similitudes y distancias. El gobierno fascista de Hitler fue el primero que usó los medios de forma masiva y eficaz para promover su sistema. Pero, obviamente, lo que ahí se promovía estaba acompañado de violencia, muertes, secuestros, ocultamientos, racismo. Eso no hay aquí, no hay ninguna comparación.




¿Tampoco en la propaganda?

La perversidad de la publicidad sí me trae muchos recuerdos del nacional socialismo. Ese tipo de marketing sirve para que no se despierte la población. Estamos, sin embargo, en otra época. En esos días había que ir al cine y lo que más usa el correísmo es la TV. Sin embargo, ambos sistemas apuntan a que mientras más veces se repita un mentira, mejor. Se machaca hasta que crees que es la verdad. La consecuencia en Alemania fue la guerra, aquí es el silencio, el ocultamiento de discusiones incómodas.




¿Un ejemplo?

El Yasuní. Puedo mandar mensajes diciendo que el uno por mil en la explotación es certero, irme contra normas ambientales y decir que puedo hacer algo quirúrgicamente limpio en esa biósfera. Eso nos quieren hacer creer, mientras que la realidad es de centenas de derrames al año. Te preguntas si lo que te dice el Gobierno es cierto, pero sólo te lo preguntas si la prensa y las organizaciones civiles hacen ese cuestionamiento. Si dices que no te lo crees, eres aplastado por la publicidad, criminalizado. Es un daño para la vida democrática.



¿La gente se convenció de la tesis del uno por mil?

Mucha gente dice que a la población en general no le importa el Yasuní, porque es muy lejos. No sé si sea cierto. A eso creo que juega el Gobierno. Estamos hablando de algo que la mayoría no conoce. Cuando vi la propaganda del pinchazo, me dije: ‘no he visto cosa más perversa’. La perversidad, sin embargo, se ha vuelto nuestra normalidad. Cualquier cosa se puede tergiversar magistralmente. Aquí todo se hace pensando en votos. Lo mismo con el aborto. Pero esas discusiones, que son incómodas pero necesarias, no las hacemos.




Pero sobre el aborto, más allá de lo electoral, puede ser un tema de creencias religiosas del Presidente de la República.

¿Por qué las convicciones de una persona tienen que ser el obstáculo para que se haga una legislación más justa? El político tiene que promover la discusión.




¿Se están aplazando las decisiones importantes?

Totalmente. Otras son ocultadas, como la discusión sobre si debemos ser extractivistas.




La ONG Pachamana asegura que promovía esa discusión. Fue cerrada por el Régimen.

Pachamama ha trabajado en comunidades afectadas por explotaciones petroleras. Es de las pocas fundaciones que todavía se atrevía a defender su trabajo en DD.HH. Ese es su papel, el papel de la sociedad civil.




El decreto 16 apunta que no hay cómo hacer política partidista.

¿Pero qué haces si dentro de los estatutos está defender los DD.HH?




El Gobierno dice que esas ONG buscan desestabilizar.

Lo que nos están diciendo es que lo que hace el Gobierno es ley y no se aceptan críticas.




El arte es una vía para la crítica y el Régimen habla de una revolución cultural.

(Risas) Eso es justo lo que no hay, estamos muy lejos de vivir una revolución cultural. Al inicio del correísmo pensé que había un gran chance, pero fue una de esas ilusiones que vas enterrando de a poco. No hay un política a largo plazo, no hay visión. La cultura está centralizada.




¿Los artistas están divididos?

Lo que pasa es que si recibes fondos públicos y eres muy crítico con el Gobierno, el Ministerio sí te va a hablar. Hay dependencias. Si estás aplicando a un fondo, puedes decir cosas dentro del Ministerio, pero si dices lo que no funciona en una entrevista, hay una reacción. Aunque el Gobierno persigue más a los periodistas.




Pero esto es una entrevista…

Yo no trabajo más con ellos. Lo mío es un autoexilio. Yo corté relación.




¿Cómo se hace cultura paralela al Ministerio?

Los gestores hemos vivido sin ministerios toda nuestra vida. Una vez nos reunimos entre artistas y estábamos hablando del Ministerio, hasta que alguien dijo ¡hey!, ya no hablamos de la minería, sino de la burocracia. Toda la corriente te lleva a ser el que está en la puerta del Ministerio pidiendo fondos.




¿Cómo liberarte?

Edificando tu propia estructura. Yo vivo de dictar talleres, trabajos de cine, dirección de teatro. El Ministerio no está en mi horizonte. Siento que si como artista no eres independiente, pierdes tu esencia. Nuestro papel ha sido durante siglos plasmar las contradicciones de la humanidad y la vida política. Nuestro papel es ‘poner el dedo en la llaga’, mostrar la contradicción del poder.




Ese es el mismo discurso de la prensa …

Por eso soy una de las 70 personas que firmaron un recurso ante la Corte Constitucional en contra de la Ley de Comunicación. Sentí que es fundamental proteger las fuentes en una denuncia y proteger a los que investigan o critican. Dentro de una democracia, el equilibrio es maravilloso. Sentí que si no ponía la mano, no era íntegro como artista.




Pero el Gobierno dice que la ley defiende a los artistas…

Esa ley tiene tantas aristas. Lo del uno por uno (una canción nacional en radio por una internacional) hace que muchos tengan esperanzas. Esa parte es interesante, pero está en la misma ley en la que por otro lado cuartas la libertad de expresión de forma tenaz. Hay un montón de trabas que ponen en entredicho los derechos de los periodistas. Para la sociedad es fatal.




¿Tiene miedo?

No sé. Más que miedo, siento asfixia en el ambiente. Vemos que la gente defiende sus puntos de vista de manera privada y creen que no hay que exponerse. Eso no quisiera vivir, ésa no fue mi esperanza del país que escogí para vivir con mi esposa, que es ecuatoriana, y mis hijos. No quiero un país de silencios. (LEV)

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